El escoger una vocación específica, ya sea el matrimonio, la vida religiosa, la vida sacerdotal etc. es verdaderamente una cuestión de amor.
Por el amor que sentimos por una persona podemos hacer muchas cosas, y este amor se ve fortalecido y queda manifiesto ante la Iglesia en el sacramento del matrimonio. Por este mismo amor la fidelidad es posible, gracias a que es más intenso que el propio egoísmo de alguno de los esposos. Aun más sólido es un matrimonio que tiene en medio de su vida conyugal a Dios que ilumina y acompaña cada paso que juntos dan en su historia.
La vida religiosa es un obsequio de amor a Dios, que mueve a los que siguen esta vocación a consagrarse y a dedicar toda su vida al servicio de sus hermanos según el carisma que rige su vida comunitaria. Es posible este estilo de vida por que el amor del religioso(a) se ve alimentado del Amor con el que está en contacto todos los días y que constituye la razón de su consagración.
Por el amor que los jóvenes van descubriendo en su vida y que se manifiesta en diversas formas, una de ellas en un continuo compromiso con algún apostolado de la Iglesia en el que se han dado cuenta de la necesidad de sacerdotes, el llamado de Dios a esta vocación resuena con fuerza en sus vidas y en un paso importantísimo de su vida buscan de alguna manera responder a este llamado. La vocación sacerdotal se sostiene de manera auténtica en un intenso amor a la Iglesia y en hacer propios los sentimientos de Jesús que incluyen necesariamente el amor a Dios nuestro Padre, que es el proveedor y renovador del ministerio de todo sacerdote que quiere seguir amando intensamente a la Iglesia.
Todos somos capaces del amor. Y según nuestras personalidades y circunstancias familiares o de sociedad vamos amando y dejándonos amar por las personas. Sin embargo el Amor de Dios siempre se derrama sobre nosotros a pesar de todo las circunstancias que nos rodeen. Solo basta pedirle a Dios que nos ayude a amar y el milagro se dará, nuestro corazón se transformará y abierto a la inspiración divina se desvivirá como el corazón de Jesús en amar sin medida.
Nuestra vida cristiana por lo tanto es cuestión de amor.
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